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Cadena de abusos
La historia de Adrián parece fruto de una afiebrada
mente de culebrón. No puede ser cierta, no debería. Hijo de militantes
desaparecidos, apropiado por un represor en plena democracia argentina,
nieto recuperado aunque tarde para una de sus abuelas, hoy es testigo
clave en los juicios contra represores. Hay más: una salida del closet
que incluye un arresto en Paraguay, un amor que llega al matrimonio
hasta que la muerte los separa en la tragedia de Once, el descubrimiento
de las relaciones queer de su familia de origen y el silencio que sigue
ensombreciendo todo. El mes pasado sufrió secuestro y abuso sexual vaya
a saber por cuál de los odios que merodean al orgullo y a la memoria.
La burocracia autoritaria todavía le está haciendo esperar el documento
con su nombre verdadero.
Por Dolores Curia
Adrián
Martínez Moreira tiene 27 años, nació en Misiones en 1986, en plena
democracia. Dificil que años después, cuando tenga edad para enfrentarse
con la verdad, pueda siquiera sospechar que ha sido un niño apropiado.
Cuando tenía dos años, en 1988, lo secuestraron en Paraguay junto a sus
padres (una pareja de militantes políticos paraguayo-argentina) y su
hermanita de apenas un año mayor. La familia estaba militando allí en el
marco de la dictadura de Stroessner, y el secuestro formó parte de un
operativo del Plan Cóndor. Los padres desde entonces están desaparecidos
y a los niños se los llevó un militar argentino que estaba allí para
entrenar en métodos represivos a sus colegas paraguayos, y que a pesar
del Juicio a las Juntas de 1985 y tal vez alentado por las amnistías y
puntos finales, actuó con total impunidad, les hizo un documento falso,
les cambió el nombre y se presentó siempre como padre biológico. Adrián
recuerda sus años de infancia acechados por intuiciones, conversaciones
escuchadas detrás de la puerta y hasta algún flash de su mamá
encadenada, su gusto raro por el olor a encierro y el olor a pis. La
sombra se volvió macabra cuando entraron a escena dos ancianas con
sendas bolsas de hacer las compras y una cámara de fotos. Adrián les
puso nombre, para ese entonces eran “esas viejas”.
¿Qué pensabas de esas mujeres?
–Que había dos viejas que me buscaban. Iban al club. Me esperaban a la salida de los cumpleaños, trataban de hablar conmigo cuando me encontraban solo, porque era la forma que tenían de sacarme información. Yo iba a lo de mi apropiador y le decía “hoy estaban las señoras de vuelta”, él puteaba. Y nos íbamos mudando. Vivimos en todos lados y ellas aparecían igual.¿Les tenías miedo?
–Tenía pesadillas con ellas: que iban a salir de debajo de la cama.¿Qué relación tenías con quien entonces era tu padre?
–Mi apropiador era peor que la enfermedad. Su método pedagógico de cabecera es encerrarme en un ropero hasta que incorporara la lección, que podían ser los números del uno al diez o los nombres de los días de la semana. Así aprendería a ser “bien machito”.Tus abuelas, por lo visto, sospechaban que eras su nieto. ¿Alguna vez accionaron de forma mas concreta?
–Un día llegaron con gente del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Yo tenía siete años. Me acuerdo de verlas desde el patio. Dijeron: ‘Venimos por Adrián’. Yo miraba y pensaba: “¿Quién es Adrián?”.Yo me llamaba Matías.¿Y tu apropiador cómo reaccionó?
–Miraba la escena desde afuera como diciendo “ya van a ver”, dice un “viejas de mierda” y enseguida me lleva a Uruguay. Me cambió el nombre de prepo y paso a llamarme Andrés.¿Cómo fue salir del closet en un contexto tan represivo y oscuro?
–Fue fácil. Salí estrepitosamente, como quien ya no tiene más nada que perder. El enfrentamiento con mi apropiador se volvió más abierto y más brutal que nunca. Y ése fue el tiempo también de mi primera militancia, en el secundario, y de mi primer amor.Toda catástrofe es política
Hasta aquí la biografía de Adrián parece salida de un contario de historias de terror, extraída de la parte más siniestra de la historia latinamericana que de una forma u otra ya hemos escuchado. Pero todavía es muy joven y hay tiempo para que una cadena de abusos y catástrofes siempre políticas –aunque algunas se hagan pasar por naturales– lo siga manteniendo alerta. Dentro de muy poco va a terminar deambulando por Asunción y Paraguay. En ese país será detenido, confundido con un activista gay paraguayo, y violado al ritmo del calor y de un disco de Victor Jara. Adrián será víctima del terrorismo de Estado en todas su formas y de la violencia institucional más homófoba. Todavía no sabe tampoco que Pablo, su gran amor, que lo va a acompañar a descubrir su identidad, será en 2011 víctima de la tragedia de Once. Todavía no sabe en cuántos juicios por delitos de lesa humanidad sus testimonios van a ser fundamentales. Tampoco sabe que en noviembre de este año, 2013, será secuestrado y violado nuevamente, tal vez a causa del valor de esos mismos testimonios.¿En qué juicios estás participando en estos momentos?
–Por Vesubio y Atlético Banco Olimpo aporto datos de recuerdos que tengo de mi vida con mi apropiador, porque él operó ahí. Por el Plan Cóndor y Stroessner 1, la investigación contra los crímenes de la dictadura paraguaya que se hace en Argentina. Con HIJOS Paraguay, estamos tratando de que se nos reconozca como querellantes. Y por el Pozo de Banfield y el Circuito Camps, porque mis tíos desaparecidos también (por parte de mi mamá) pasaron por ahí. También colaboro con Antropología Forense, porque cuando era chico yo jugaba con los documentos de las personas que mató mi apropiador. Ahora, ayudo a identificarlosFamilia queer
Su padre, Adrián Martínez Henríquez, nació en Villarrica, Paraguay. Militaba en el Partido Comunista y fue detenido por primera vez en 1974. Pasó ocho meses preso, mientras secuestraban a sus dos hermanas y a sus compañeros. Se vino a la Argentina. Acá conoció a la mamá de Adrián, María Santa Moreira, una misionera con la que se suma al ERP. Sabiendo que estaban en la mira del Ejército Argentino, María y Andrés consiguieron asilo político en Brasil, entre 1977 y 1985. Ambos se recibieron de sociólogos allá, mientras, durante algunos años, se mantenían en contacto con la línea del ERP que comandaba Gorriarán Merlo. Adrián (padre) participó en el atentado contra el dictador nicaragüense Anastasio Somoza. A partir de ahí, por discusiones políticas, entre otras, en 1984, María y Adrián se separaron. María empezó una relación con otro hombre –un chileno– y Adrián, también. El nuevo novio de Adrián se llamaba Ramiro. Dos años después, María (que en el medio había tenido una beba) y su marido volvieron a vivir juntos: nació el protagonista de esta nota. Ramiro, el novio del papá, español y bailarín de tango, que además se convirtió en padrino del bebé, también se fue con ellos a Paraguay, para pelear contra la dictadura de Stroessner. Adrián y María le decían “el niñero”. Adrián (hijo) nació en Misiones porque su madre quería que fuera argentino, pero enseguida volvieron todos a Asunción. “Todos” significa el ensamble que conformaban: María, su bebé Adrián, la nena que había tenido con el chileno, Adrián (padre) y Ramiro, alias “el niñero”. “La relación de mi papá con mi padrino fue bastante linda por lo que escuché, pero no pude llegar a saber mucho más. Cuando hablo con los compañeros de papá sobre eso, me cambian de tema, me dicen ‘fue hace mucho’. ¡Qué curioso que recuerden bien cosas que pasaron mucho antes! No tienen conflicto en hablar de todas las novias que tuvo mi papá, pero la relación con mi padrino... ¡fue hace mucho! Memoria selectiva. Hace poco me enteré de que mi papá tuvo otra novia desaparecida, Beatriz Porrini, con la que se casó. Ella queda embarazada y se la llevan. Mi papá se escapa de ese operativo. El iba y venía en las relaciones. Capaz porque todos iban cayendo. Eso es lo más triste de mi viejo: todas sus parejas morían antes que él.”Debe de haber sido muy dificil llevar una sexualidad disidente en ese marco
–A pesar del estigma que pegaba tanto por derecha como por izquierda, mi papá no se escondía: En las asambleas sé que presentaba a Ramiro como su compañero. Además su familia sabía. Se lo presentó a mi abuela. Ella estaba cortando papas y cuando hace pasar a Ramiro, mi viejo le dice: ‘Mamá, soy gay’. Eso es lo que sé. Después empieza la imaginación. Mi abuela había militado en los ’50 en el febrerismo, en la guerrilla rural. Me resulta genial imaginarla llevando un arma en el campo. Venía de la militancia, pero eso no significaba apertura. Entonces me imagino que mi abuela primero habrá pegado el grito en el cielo. Pero tengo indicios de que lo aceptó. De hecho, cuando nos secuestran de mi casa, mi abuela hace un hábeas corpus por Ramiro también. Supongo que no sabía que a Ramiro lo habían matado no bien entraron, por 108.En Paraguay, la numeración de las calles se saltea una cifra yeta: 105, 106, 107 y, por una elipsis, se pasa directo al 109. El 108 es un número marcado con fuego que pervive con función de agravio. En 1959, una de las primeras represiones del stroessnerismo cayó sobre los homosexuales. Un grupo civil financiado por el ejército detuvo a 108 personas por amorales y los obligó a desfilar desnudos y rapados por la calle Palma hasta el cuartel de policía de Asunción. “Desde ese entonces, ‘108’ es la forma más despectiva para referirse al puto. Y queda el miedo: la gente borra el número hasta de los teléfonos.”
Secuestro y muerte
La voz de Adrián en general toma distancia de la entonación angustiada del testimonio, excepto en una parte de la historia, la noche del secuestro. Pudo reconstruir el secuestro (en el que se llevaron a su mamá, su hermana y a él mismo) y asesinato de Ramiro, el novio de su papá, gracias a todo lo que le contó Lorenza, la vecina del barrio Herrera (Asunción). Fue el 8 de noviembre de 1988. Los trasladaron al cuartel Las Fronteras, en Ñacunday. “Dos días atrás había sido el cumpleaños de Nicolás, el sobrino de mi padrino, Ramiro; lo habíamos festejado en casa, todavía quedaba torta. Mamá estaba embarazada de ocho meses de los mellizos. Lorenza se acuerda de la ropa que tenía mi vieja: un vestido negro con margaritas. Se iba a trabajar y Lorenza la retaba porque no podía ir embarazada. Era docente y como los alumnos no tenían zapatillas, y tenía que llevárselas, se fue con una mochila que pesaba más que ella. El último recuerdo que Lorenza tiene de mamá es que va corriendo hasta la parada por la bajada (nuestra casa estaba en una loma). Mientras, Lorenza y Ramiro la miran y le gritan: ‘¡Vas a rodar! ¡Vas a rodar!’. Esa misma noche, a las 21, empezó a escuchar los camiones; 21.30, la bomba; 21.40 tenía el oficial en la puerta diciéndole que se quedara adentro porque en la cuadra habían agarrado a una dirigente terrorista.”A tu papá lo detienen, pero en otro lado...
–Lo agarraron el 30 de noviembre. Había ido a lo de mi abuela a dejar escritos y cartas. Unos días antes le había hecho una bomba a Samuel Miara (represor argentino instalado en Paraguay) y no salió bien. Se la veía venir. Había estado preso y otra vez ya no se iba a poder escapar. Antes de desaparecer le dio una cadenita y una armónica a un periodista, Antonio, que estaba en cautiverio con él. La armónica quedó y el periodista, que sobrevivió, me la dio. El me contó que mi mamá y mi papá se gritaban de celda a celda. En 1988, por un decreto, mandan a miembros del Ejército Argentino a hacer un curso de contrainsurgencia a Paraguay. Ahí, mi apropiador nos roba a mi hermana y a mí. El era del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino, había operado en los centros clandestinos acá y fue partícipe del secuestro de mis tíos, en el Pozo de Banfield (uno de los juicios en el que estoy declarando).¿Recordás algo de la detención?
–Cosas sueltas. Cumplí dos años adentro. Me acuerdo de que compartía cuna con otros y del ruido del extractor. Imágenes fugaces de mi mamá. Olor a pis y suciedad. A esto lo reconstruyo por los sobrevivientes, las cartas. Mamá me cantaba “Acuarela” y “Pequeño Adrián”, del cantautor paraguayo Alberto Rodas. Han llegado a torturarme delante de ella para que hable. Una vez llevaron al periodista a la sala de tortura y ella estaba atada, con los pelos para adelante, el embarazo a término y casi inconsciente. Un oficial me tenía a mí con rastros de sangre, no sabemos si era mía o de ella. El tipo le dice: “Lo voy a hacer mierda a tu hijo”, y ella le dice que si era por ella, que nos hiciera mierda a mí y a ella de una vez. Qué sé yo. Yo podría decir: “Bueno, mamá, fuiste una forra”, hablando mal y pronto. Pero bueno, también hay que estar...Cuchillo de palo
En 2002, Adrián tenía 15 años y militaba en Patria Libre. Todavía no tenía las certezas de su identidad, No se había hecho el ADN. Decidió escaparse de la casa de su apropiador, Héctor (a quien sólo llamaremos por su nombre de pila porque está siendo investigado por la Justicia, entre otras causas, por su participación en El Vesubio y el Pozo de Banfield). Sin conocer su biografía completa, por alguna razón que tal vez tenga que ver con el instinto, el faro de su huida estaba en Paraguay. Siendo menor cruzó la frontera por el paso clandestino de Puerto Rico (Misiones), con tres amigos. Lo primero que hizo, tal vez porque algo de sangre guaraní corre por sus venas, fue comprarse una de esas típicas aopo’í. “Iba con mi pantalón blanco oxford, las alpargatas, flasheé con ese paisaje subtropical y casi me sentía en casa.” Pero la panacea duró poco. “Estaba parando en una casita que me prestaron. Me di una ducha, puse un disco de Víctor Jara. A las doce golpean la puerta: era la cana preguntando dónde estaba Simón Casal, alguien que yo en ese momento no sabía ni quién era. Paraguay, tan de avanzada. Tan nórdico que tiene la banderita yanqui en las comisarías. ¡Decían que buscaban a Bin Laden en el Acuífero Guaraní! Me detienen y cuando me estaban metiendo en la camioneta, uno me dice ‘curepa 108’. Después supe: me llevaban por la Ley Antiterrorista por puto indocumentado.”Adrián estuvo en una celda minúscula de la comisaría tres días que parecieron treinta. Lo acusaban de tener vínculos con Simón Casal, el dirigente de la organización local Somos Gay. Durante esos tres días, al igual que el resto de los chicos que estaban con él, fue torturado y violado por la policía. El repre paraguayo tiene algo muy ceremonial que no tiene el argentino: se saca la camisa, se queda en musculosa, cuelga todo prolijo y metódico, se afloja el cinturón, se prepara y empieza. “La segunda noche me cortaron el pelo.” La melena que hoy lleva, tupidísima, tiene la huella de la resistencia: desde esa vez nunca más se lo cortó. Durante esos tres días no durmió, apenas tragó bocado del arroz cocido en agua podrida que les daban. Al final lo soltaron en una calle de tierra, por donde caminó hasta un bar con teléfono. Su apropiador lo fue a buscar a Asunción y, durante el viaje de vuelta, le hizo saber su reflexión sobre su epopeya tumbera: “Y bueno... te tenías que hacer hombre de alguna forma”.
El amor vence
Adrián conoció a Pablo cuando estaba en el secundario. “Yo ya había empezado a militar en 1999. Era muy chico, tenía 13. Ahí lo conocí a él, que era más grande, pero no nos tratábamos. Victoria Donda era Analía y yo era Andrés en esa época. Un día, Pablo se me acerca y me da el mail. Me dicta: ‘aquí-sí-podemos, arroba, hotmail’. ¡Tardé en entender la indirecta, porque era demasiado directa!” El amor fue motor para reconstruir su identidad, y Pablo lo impulsó a hacerse el ADN. Y pudo reencontrarse con una de las abuelas que iban a buscarlo a la puerta del colegio. Pablo también lo impulsó a terminar la carrera de sociólogo. Tardaron muy poco en irse a vivir juntos con la excusa de achicar gastos, cuando lo que querían era compartir todo. “El tenía las cosas más claras. Me era más difícil pensar una pareja después de haber perdido tantas cosas.” Pablo estudiaba diseño y era actor. Venía de una familia muy conservadora de Tandil, a la que nunca le contó que era gay, ni siquiera cuando se casó con Adrián en 2010. Cuando Pablo llevó sus cosas fue muy bien recibido en el departamento de Balvanera, donde vivía su novio. El portero, durante la mudanza, le dijo a Pablo: “Ya era hora de que viniera alguien. Está muy sola”. Hasta hace poco no faltaba quien lo confundiera con una chica, tal vez por la combinación de aopo’í, pelo suelto y largo, y el porte femme ocasional que Adrián lucía por esos días.Cuando Pablo murió en la tragedia de Once, hacía ya casi un año que estaban casados. Además de su trabajo como actor, era poeta y había empezado a militar en Putos Peronistas: “Estaba muy entusiasmado con sus viajes a La Matanza con sus compañeras travestis. Llevaba monólogos y poesías a La Matanza y estaba chocho. Una vez llegó tarde del teatro, yo ya estaba en la cama, se acostó y me dijo: ‘Mañana va a estar lindo; qué bueno, porque tengo que ir a La Matanza’. Le preparé un tupper con comida y se fue a La Matanza. Pablo era mi compañero de lucha y de vida. Así que con el accidente se cayó todo. Esa mañana me mandó un mensaje desde Ituzaingó, que estaba por tomar el tren a Capital. Yo iba siguiendo el trayecto y en el GPS del teléfono me decía que estaba en Once. Cuando se supo del accidente, el GPS me seguía marcando Once, pero, por esos mecanismos de la negación, primero lo busqué en todos los hospitales de la zona”.
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